¿Cómo saber si un adolescente está en riesgo de suicidio o autolesión — y qué puedes hacer ahora?

Adolescente sentado al borde de su cama con expresión triste, en una habitación tenue; al fondo se ve una puerta abierta con luz cálida y una mesa de noche con un portarretrato familiar y un peluche.

El dolor que empuja a un adolescente a pensar en quitarse la vida o a lastimarse puede ser profundo y silencioso. Estas conductas no son “caprichos” ni simples búsquedas de atención: son señales de un sufrimiento emocional extremo que necesita respuesta inmediata, compasiva y concreta por parte de quienes cuidan al joven.

Suicidio y autolesión: no son lo mismo, pero ambas son urgentes

Es importante distinguir entre ambas conductas. El suicidio es el proceso que puede comenzar con pensamientos como “quiero desaparecer” y, en algunos casos, evolucionar hacia planes y actos específicos. Cuando un joven ha expresado intención suicida o ha intentado quitarse la vida, el riesgo de repetición aumenta y requiere intervención profesional.

Las autolesiones suelen presentarse entre los 12 y 15 años y consisten en hacerse daño deliberadamente sin intención de morir. Aunque no busquen la muerte, muchas veces se realizan en secreto, en zonas cubiertas por la ropa, como una manera de aliviar o traducir en dolor físico emociones insoportables. No son “llamadas de atención”: son intentos de manejo emocional.

¿Por qué ocurren?

Los factores que contribuyen son múltiples y suelen combinarse: trastornos mentales como depresión, ansiedad o bipolaridad; experiencias traumáticas (abuso, maltrato, violencia); situaciones familiares complejas; estrés económico; aislamiento social —por ejemplo durante la pandemia—; y dificultades relacionadas con la identidad o la orientación sexual en entornos poco comprensivos. Para las familias, el impacto de un intento o de un suicidio consumado es devastador y también necesitan apoyo y contención.

Señales de alerta que no debemos ignorar

Algunas señales que merecen atención inmediata son:

   •   Comentarios sobre querer desaparecer, morir o “dejar de sentir”.

   •   Cambios drásticos en el ánimo: tristeza profunda, irritabilidad extrema o desapego.

   •   Aislamiento social o pérdida de interés por actividades antes disfrutadas.

   •   Conductas de autolesión o marcas inexplicables en el cuerpo.

   •   Regalos o despedidas inesperadas, búsqueda de información sobre métodos letales.

   •   Cambios en el sueño o apetito, bajo rendimiento escolar.

Aunque la autolesión no implique intención de morir, entre un 25% y 30% de quienes se autolesionan han intentado suicidarse alguna vez; por eso toda señal requiere respuesta.

¿Qué podemos hacer como madres, padres y cuidadores?

Lo más valioso que podemos ofrecer es presencia, escucha sin juicios y acciones concretas:

   •   Escuchar primero. Abrir un espacio seguro donde el adolescente pueda hablar sin ser interrumpido ni reprendido.

   •   Tomar en serio cualquier comentario sobre hacerse daño o morir; no minimizar ni normalizar.

   •   Eliminar o dejar fuera del alcance objetos o sustancias que puedan usarse para lastimarse.

   •   Buscar ayuda profesional: psicólogos y psiquiatras pueden ofrecer psicoterapia y, cuando corresponde, tratamiento farmacológico que trate las causas subyacentes.

   •   Fomentar la conexión social: animar a mantener vínculos con amigos, familiares y redes de apoyo; validar sus sentimientos y acompañarlos en la búsqueda de recursos.

   •   Cuidar también de la familia: el duelo, la culpa y el cansancio son reales; pedir apoyo para cuidarse permite sostener al joven mejor.

Qué hacer si hay riesgo inminente

Si existe una amenaza clara, un plan o un intento, actúa inmediatamente: busca atención de emergencia, acompaña al joven a un servicio de urgencias o contacta a profesionales de la salud mental. No lo dejes solo en esos momentos; la presencia de un adulto puede marcar la diferencia.

¿Has acompañado a un adolescente en un momento parecido? Compartir tu experiencia en los comentarios puede dar fuerza y orientación a otras familias que se sienten solas en este camino.

En ViviR por la infancia creemos en el poder de la escucha, la contención y la acción informada: acompañar a un adolescente no es solo estar, es acompañarlo con recursos, cuidado y la certeza de que nadie debe enfrentar el sufrimiento en soledad.

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